Responsabilidades ante la (des)Atención Socio-Sanitaria de las personas mayores dependientes

Por fin empezamos a albergar algo de esperanza en España. Las cifras de la pandemia se han empezado a estabilizar y, aunque falta mucho para que terminen los contagios y todavía seguiremos teniendo miles de muertes, los enfermos hospitalizados y especialmente los ingresados en las UCIs decrecen a un ritmo significativo.  Con todas las cautelas, parece que lo peor de la emergencia sanitaria ha pasado. El alivio general que se ha sentido está justificado por la sensación de que, a pesar de los pesares, se ha superado una prueba de esfuerzo que amenazaba con colapsar el sistema sanitario y, con ello, poner en peligro la propia estructura del Estado.

Precisamente por ello no deben olvidarse las actitudes, abiertamente incendiarias de unos y perversamente desleales de otros, exhibidas a lo largo de todo el proceso.  Como se ha dicho, ésta será una crisis en la que todos vamos a examinarnos y cada cuál deberá calificar la actitud y el comportamiento de todos y cada uno desde el Rey para abajo. Habrá tiempo, pues me temo que ésta es sólo la primera fase de la crisis global civilizatoria a la que nos enfrentaremos. Esta vez está siendo el COVID-19, pero mañana será el COVID-34 o la DANA-28, cuyos efectos pueden ser devastadores, no tanto por su virulencia como por el colapso del sistema patriarcal al que nos enfrentamos. No obstante, mi impresión personal es ya que en los momentos tan duros que estamos pasando ha quedado claro quiénes y qué son #L@sEsenciales y quiénes y qué son accesorios, muchas veces molestos y onerosos.

Pero, aunque podamos empezar a tentarnos la ropa, ahora deberíamos también empezar a salir de ese discurso guerrero y competitivo que se nos ha pegado. Pues incluso si se hace con la mejor intención de mantener la moral de victoria a la que tanto se ha apelado en estos días, tenemos que reconocer que en cualquier caso será una victoria pírrica. Para reconocerlo no hace falta esperar a que se conozcan las cifras exactas de infectados, de fallecidos con coronavirus y, sobre todo, de la sobremortalidad producida por la incapacidad de atención derivada de la falta de recursos sanitarios, una cifra que se podrá aproximar comparando la mortalidad media de la enfermedad con respecto a la producida en los días de mayor contagio.

La falta de previsión, la lentitud y las torpezas de reacción en materia sanitaria no pueden atribuirse solo ni principalmente al gobierno central que asumió solo el mando de unas competencias que corresponden casi exclusivamente a las Comunidades Autónomas. Es verdad que, en mi opinión, el mayor error del gobierno ha sido tratar de suplir con voz de mando la falta de coordinación estatal que ahora, por otra parte, debería verse no como la tentación del centralismo que algunos sospechan y otros echan de menos, sino como una condición de posibilidad para poder disponer, confederándolos, de unos recursos imposibles de acumular en todos y cada uno de los sitios que pueden ser afectados por emergencias y catástrofes previsiblemente cada vez más habituales. Nada más desesperante y estúpido que atrincherarse cada uno en sus naciones, regiones o habitaciones, frente a unas amenazas que nos afectan como especie. Deberíamos no olvidarnos de que los Derechos Humanos son Universales porque no hay otra forma de defenderlos.

La conveniencia de abandonar cuanto antes este modelo de Estado de Alarma en la gestión de la crisis sanitaria, social, económica y, seguramente, política, se puede justificar con varios argumentos. Pero para mi no cabe duda de que el primero es el argumento moral que nos debe llevar a honrar la memoria de las víctimas no tanto con himnos y banderas, que por sí mismas sólo sirven para tapar el dolor y las vergüenzas, sino con una reflexión honesta y autocrítica sobre los fallos estructurales que las han producido innecesariamente.

De todos ellos, para mi el más evidente en el caso de España es la falta de un sistema sociosanitario de atención a la dependencia de personas mayores y discapacitados. Un sistema público que garantice la coordinación y continuidad asistencial de las persona vulnerables, que a través de los centros básicos de salud y los servicios sociales comunitarios conociera dónde y en qué condiciones viven, cómo pueden valerse si caen enfermos o cuidarse en una situación de confinamiento forzoso; un sistema con recursos y profesionales suficientes para haber adaptado las viviendas, ofrecido apoyo familiar, servicios y atención domiciliaria suficientes para evitar la institucionalización de personas mayores validas para que pudieran seguir desempeñando las tareas de la vida cotidiana en sus casas y comunidades. Un Sistema Público con una red suficiente de viviendas tuteladas y de pequeñas residencias en los centros urbanos, ahora asolados por presión de la tercerización, la gentrificación y la turistificación urbanística, que ofrecieran atención socio-sanitaria especializada universal, integrada y personalizada a quienes lo necesiten, en vez de ese popurrí de macroresidencias aisladas y chalets semiclandestinos, mal dotados de personal precarizado, sin suficiente coordinación ni recursos sanitarios específicos, que constituye buena parte de la oferta concertadas con subvenciones insuficientes y precios excesivos para la mayoría de quienes lo necesitan.

Sin entrar a analizar todos los factores de la mortalidad diferencial de España (y quizás Italia) respecto a otros países de Europa y Asia, parece evidente que uno de los factores que han influido en la alta mortalidad relativa de España es la de la mortalidad de personas mayores encerradas en residencias. No tengo las cifras de la proporción de personas mayores que viven en residencias en España, pero no creo que sea mayor que la de países como Inglaterra o Alemania.  Independientemente de esta comparación cuantitativa, es evidente que las muertes de personas mayores abandonadas en residencias es el aspecto cualitativamente más sangrante y doloroso de lo que ha estado pasando en esta emergencia.

La falta de previsión y medios para evitar el contagio institucional de residentes y personal, la falta de coordinación para su atención médica en medio de esta crisis, el resultado de centros cerrados con cadáveres dentro, las imágenes de familiares desesperados tratando de informarse de lo que pasaba a las puertas de las residencias, incluso las imágenes de trabajadores encerrándose heroicamente dentro, tratando de mantener el ánimo y la comunicación apenas sin medios, quedaran en la memoria de todos nosotros. La sensación de abandono y desamparo, de desconexión y aislamiento, de miedo y resignación, que deben haber sufrido cientos de miles de personas mayores confinadas por esta crisis, ha quedado eclipsada por el patetismo de miles de personas mayores agonizando y muriendo solas, sin poder despedirse de los suyos. Un grado de deshumanización que quizás sea lo único que verdaderamente pueda equipararse con una guerra y que a mí, personalmente, como a tantas otras personas, me ha hecho llegar al horror de pensar que agradecía que mi propia madre estuviera ya muerta.

Antes de que alguno de los carroñeros que todavía andan sueltos pretenda utilizar estas reflexiones para tratar de arrimar el ascua a su sardina, tengo que decir que la responsabilidad de esta falta de un sistema sociosanitario de atención a la dependencia no es culpa de este gobierno, ni desde luego de sus socios comunistas o “bolivarianos”. La responsabilidad de la falta de recursos para crear y dotar suficientemente este sistema es de todas las administraciones, empezando por las autonómicas que tienen las competencias, pero seguidas por las locales que no han peleado suficientemente para crear los recursos de proximidad y atención domiciliara o las alternativas habitacionales posibles que podrían haber evitado el exceso de personas mayores autónomas ingresadas sin necesidad en centros macroresidenciales

Tampoco me gustaría alentar argumentos populistas que pretendan culpar a los políticos de una responsabilidad que es de toda la sociedad. Desde luego es de todos los políticos que en los últimos treinta años han tenido la posibilidad de hacer más de lo que han hecho. Pero es igualmente palmario que ha habido y hay diferencias partidarias entre los partidos de izquierdas que no han hecho lo suficiente, y los de derechas, que han hecho todo lo posible por impedirlo. Esa derecha democristiana, conservadora pero caritativa, es una tradición europea que en España sólo ha llegado a algunas partes periféricas del Estado mientras que en el resto prefiere seguir gritando arriba España y dando vivas a la muerte

No obstante, tampoco la sociedad se ha preocupado mucho de esto. Los bancos en vez de ayudar a crear figuras atractivas y equitativas para convertir el patrimonio de muchos mayores en fuente de recursos para sufragar sus necesidades y cuidados, han preferido apostar por la construcción de vivienda nueva y la especulación o gentrificación de los barrios céntricos que tantas veces hacen que los mayores sean expulsados de su entorno. El neoliberalismo, tan popular cuando se trata de eludir impuestos, ha asfixiado un Estado de Bienestar que a nosotros nos llegó ya medio muerto, haciendo imposible que se invirtiera en necesidades que, sin embargo, produce empleo del más necesario porque no puede ser deslocalizado. En fin, vivimos en una época en la que se glorifica la juventud y se practica el viejismo. De hecho, hasta las políticas públicas de participación social para mayores están basadas en una idea de envejecimientohiperactivo, que olvida el valor de la experiencia y la sabiduría que dan los años.

Todos los que formamos la sociedad tenemos responsabilidad en lo que ha pasado y seguirá pasando si no hacemos “todo lo que haga falta, cuando haga falta y donde haga falta” para que las personas mayores que todavía no han muerto “no se queden atrás”. Yo también soy responsable y no puedo negármelo. Hace ahora casi 25 años hice una investigación sobre calidad de vida en las personas mayores para la Junta de Andalucía. En sus conclusiones planteaba ya la necesidad de este sistema socio-sanitario que hoy siguen faltando y entonces eran ya una de las dos principales necesidades que las propias personas mayores y sus familiares estaban planteando:

<<En relación a la primera línea de actuación, en la que quedaría enmarcado el objetivo intermedio de “envejecer en casa” esta recomendación general supone el desarrollo de un sector específico socio-sanitario orientado a cubrir el vacío que se está produciendo debido a la creciente reducción en la capacidad de atención de la familia. Este sector socio-sanitario tendría como objetivos atender a cualquier persona con problemas para valerse y ofrecer apoyo a sus familiares. En su nivel básico, debería estar integrado por un Servicio de Atención a Domicilio en el que se integrara la actual atención sanitaria a domicilio (….) y un servicio de adaptación de la vivienda. En un nivel intermedio, debería contar con un servicio de estancias diurnas, un programa de viviendas tuteladas y un servicio de transporte. En su último nivel, debería contar con una red de residencias socio-sanitarias que atendieran a los casos más agudos de dependencia que no pudieran ser adecuadamente atendidos en los niveles inferiores>>.

Hilario Sáez Méndez. Calidad de vida en las Personas Mayores de Andalucía. IESA-CAS. JA. Sevilla 1997. P. 263.

A raíz de aquel trabajo terminé contratado como miembro de la Comisión Delegada de Bienestar de la Junta de Andalucía desde la que durante unos pocos años participé en la elaboración de varias propuestas sobre atención a la dependencia y creación de un sistema socio-sanitario en las que vi cómo las diferentes administraciones participaban en lo que llamábamos “el juego del que la habla la paga” porque Sanidad y Servicios Sociales se miraban callados unos a otro, mientras que las Administraciones Central, Autonómica y Locales se echaban en cara no poner el tercio correspondiente de financiación del Plan Concertado. Eso no impedía que todos incluyeran en sus retóricas institucionales y en los discursos políticos partidarios referencias laudatorias a este sector tan apreciado por su fidelidad en los actos y las urnas. Confieso que yo escribí muchos de esos discursos, varios para cargos y candidatos importantes. Como buen aprendiz de brujo, uno se convence de que podrá engañarles susurrándoles al oído eso de que “Es la dependencia, estúpido”. Pero con el tiempo descubres que lo que en realidad les importa es sacar votos y que alguna amante monte un negocio de teleasistencia que sustituya con pocos medios y personal precario la obligación de ofrecer la coordinación y continuidad asistencial que solo un sistema público sociosanitario hubiera podido garantizar en estos momentos. Y dimites, pero tienen que pasar 25 años y casi 10.000 muertos hasta que te acuerdas de denunciarlo públicamente.

Hilario Sáez Méndez (Cartagena, 1960). Sociólogo. Presidente de la Fundación Iniciativa Social. Ha sido técnico del IESA-A (CSIC), miembro de la Comisión Delegada de Bienestar Social de la Junta de Andalucía y sociólogo de la Diputación Provincial de Sevilla. Actualmente está retirado, es miembro del Foro de Hombres por la Igualdad y de MenEngage Iberia. Ha sido colaborador de Podemos Feminismos Andalucía. Vive en pareja con dos hijas únicas y es abuelo.

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